Despacio.Nunca es demasiado tarde, nunca un texto es demasiado largo, nunca hay demasiada prisa.
Encuentra el olor, el sabor, la imagen. Encuentra el mensaje.
Escribo mi película, tú lees mis líneas y ves la tuya.

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miércoles, 19 de marzo de 2014

Diecinueve de marzo.

Sale por la puerta, noto su vacío que no soy capaz de llenar. Noto esa inquietud que me deja a mí al marcharse. Su decepción, la mía. Es mi rencor lo único que nos llena. Eso de ser tan iguales que se haga imposible soportarnos.

Querernos sin decírnoslo. Odiándonos y escupiéndonoslo a la cara. No podemos sentarnos a hablar e intentar solucionarlo, no podemos decirnos lo mucho que nos queremos. No podemos sentir que imitamos una de esas series televisivas en las que en la vida cotidiana se incorporan gruesas pinceladas de dramatismo en forma de enfados y reconciliaciones que nunca tardan. En esas series lloran y en pocos minutos sonríen entre lágrimas, rozan sus manos, a veces las aprietan con ternura y acto seguido se dicen que se quieren.
Y nosotros no podemos.

En esta realidad en la que piso y resbalo, el mundo está tan perjudicado que me perjudica. Siento que no hay tiempo para manifestaciones de aprecio tan delicadas. Siento que los dos nos ponemos a la altura de este mundo frío y brusco, fríos y bruscos nosotros, y que sólo cuando estamos solos y nos sentimos solos, somos capaces de reflexionar y preguntarnos "¿por qué me comporto de esta manera?" "¿por qué no quiero que me quiera?" Y sólo estas situaciones, que sé que para ambos son las mismas, me hacen preguntarme si sólo quiero quererle pero no le quiero, o si le quiero y sólo quiero no quererle.

El Día del Padre va por vosotros, por todos aquellos que sí supisteis y aún sabéis alimentar, con lo bueno y lo malo, una de las relaciones más importantes de vuestras vidas, esas que se pueden contar con los dedos de una mano.
Feliz Día del Padre a todos los que podáis sentir que hoy existe algo que celebrar.

sábado, 8 de marzo de 2014

¿Por qué preferimos la noche al día?

Está llorando en su cuarto, sola. La luz apagada. El reloj marca las tres de la mañana. Nadie va a escucharla. Está empapando la almohada. Cuando se despierte a la mañana siguiente, la almohada sólo estará húmeda.

Son las cinco cerca de Churruca. Tercera calada a un verde y la realidad se muestra soportable y divertida. Cierra los ojos, suelta el humo, inclina un poco la cabeza hacia atrás y le dice algo al de al lado, vacilante.

Son las doce. El trabajo les ha dejado exhaustos, el cansancio se les ha acumulado. Se duermen abrazados, descansan. Hasta las once del día siguiente sus pies no rozan el frío suelo de la habitación.

Las dos y yo aquí, preguntándome por qué aún hay quien cuestiona el por qué de que nos guste esto.
Si estás cansado y puedes dormir, lo haces. Si necesitas llorar y desahogarte a solas, lo haces. Si un libro te tiene atrapado y no puedes parar de leer, no lo haces. Si mañana tienes un examen, puedes sustituir tus horas de sueño por un par de cafés y las horas de estudio que te debes -puede salir bien a veces-.
Si has tenido un mal día, puedes acostarte, dormir y saltarte la noche por completo, pero si quieres salir ella siempre es joven, siempre hay algún bar abierto, alguien despierto. Muchos estarán bajo los efectos de las drogas, quizá tú, puede que sea divertido o por lo menos intenso, y es algo que de día no está tan bien visto.
Puedes pasarte toda la noche viendo películas. Quizá en Internet o manteniendo en WhatsApp una conversación con alguien que te encoge el estómago, alguien por quien miras continuamente la pantalla de tu móvil y sonríes a esa respuesta que te hace latir más fuerte. ¿Por qué parece que te avergüenzas?

La noche nos gusta porque podemos hacer lo que nos gusta. Nos gusta por el silencio o por el ruido, por la oscuridad que a veces y en cierto modo nos hace olvidarnos de nuestros complejos, de nuestros problemas, por la sensibilidad humana que, sea por el alcohol, por la nostalgia, por el ambiente solitario o de oscuridad y ojos rojos -por las ganas, la droga o el frío-, se enciende siempre a partir de medianoche y aunque a veces al día siguiente te arrepientas, sólo estabas siendo la versión más sensible de ti mismo.

La noche nos gusta porque se adapta a nosotros, dura lo que queramos que dure y suele carecer de estrés.
Si no quieres vivir la noche, acuéstate, duérmete y no te levantes hasta que salga el sol. Esta noche durará lo que tú quieras. En cambio, no busques excusas: el día vas a tener que vivirlo, quieras o no.